Coleccionables

María tiene 81 años y una colección de perfumes. También podríamos decir que tiene una colección de recuerdos - más grande aún que su colección de perfumes, que no es poco surtida- pero los recuerdos son intangibles, y muchos dirían que no los tenemos. Que más bien ellos nos tienen a nosotros.


Cada día, María se levanta temprano. Aún le queda coquetería, y pasa un buen rato delante de su tocador, poniéndose rubor en las mejillas y carmín en los labios. No olvidemos darle color a las pestañas, aunque queden pocas. Elige cuidadosamente la ropa y se viste. Curiosamente, María nunca usa perfume. Coge su bolso y sale a la calle. Compra el periódico y se sienta en la misma mesa de la cafetería de siempre. Pide un desayuno que el camarero conoce de memoria y allí, lee el periódico.


Después vuelve a casa. La chica que acude todos los días a limpiar su apartamento debe de estar al caer. La espera leyendo alguna obra de teatro en un tomo ajado. Cuando la chica llega, charla con ella unos minutos. Patricia, ese es su nombre, siempre le pide que le cante La vie en rose antes de ponerse a trabajar, y María no le niega el gusto. Se siente renacer con los entusiasmados aplausos de la chica. No importa que solo aplauda ella.


Patricia también le prepara la comida. Cuando se marcha, María come lentamente, sin gana, como aprendió a comer cuando su manager le regañaba cada vez que la veía deleitarse con la comida, o tomar alguno de los bombones que sus admiradores le regalaban. A las 5 alguna de las pocas amigas que le quedan acude a tomar el café a su casa. En realidad no toman café, sus médicos suelen prohibírselo. Ni pastas, demasiado azúcar. Pero así se sienten menos solas, menos aburridas. Pierden la noción del tiempo que ha pasado y se olvidan del que tiene que pasar.


Los días de María pasan veloces excepto por un momento. Cuando se sienta en su cama, con el camisón, María ve su colección de perfumes. Los cuenta, los nombra, y recuerda en voz alta su historia. Se ríe de sus propias anécdotas. Recuerda cómo el Chanel Nº5 se lo regaló un joven imberbe diciendo que Marilyn lo usaba, pero que en su piel olería mejor. Todavía se ruboriza.


Cuando acaba de narrar la historia de todos y cada uno de sus perfumes, que como ya os había dicho, no son pocos, María se recuesta en su cama, dispuesta a dormir. Pero, como todas las noches, una leve humedad impregna su almohada. María piensa en días pasados y gloriosos, en lentejuelas, flores y bombones. Y en lo único que le queda de todo eso: una colección de perfumes, intactos.


Comentarios

  1. Gracias preciosa. Hacía tiempo que no me ponía a escribir. Pero esta mañana he ido a ponerme perfume y mira,... la inspiración afloró! jaja :)

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  2. pues no, esto no lo había leído xD o no me acuerdo... jaja
    me ha gustado mucho ♥

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    1. No creo, esto es de la etapa Wordpress todavía :) De lo primerito.

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  3. Yo tampoco lo había leído, por aquel entonces aún no conocía tu blog. Muy bonito. Me gusta mucho como escribes. :)

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