Bumble: ON and OFF.
El martes pasado activé Bumble de nuevo. En aquel momento me pareció una buena idea, no sé. Una mancha de mora con otra se quita, un clavo saca a otro clavo... En realidad yo lo que esperaba es que, de alguna manera, alguien consiguiera suplir el subidón de hormonas y neurotransmisores guays que me daba él. Buena suerte con eso, chata. He tardado DOS días en darme cuenta de que no era buena idea. Dos días no es mucho, ¿verdad? Me he dado cuenta de que la mera idea de tener una cita con alguien me provocaba rechazo. Así, simple y llanamente. No pereza, no. Rechazo. Así que si ese era el mood , evidentemente, no estoy como tengo que estar para usar esas aplicaciones que ya de por sí me resultan desagradables, hostiles y, en general, pochas. No obstante, en este escaso tiempo que he estado ahí he aprendido o recordado dos cosas. Lo cual no está mal, sale a una por día. Y allá voy, a compartirlas con vosotras. Primera cosa: me repelen los guapos (y por una buena razón, generalmente).